11.9.08

SALUD MENTAL: EL RIESGO DE SER MUJER
Aída Mercado Maya
UAEM

"La naturaleza obra en serio cuando hace a una mujer"
Oliver Wendel Holmes

Antes de que la humanidad adoptara una forma de vida sedentaria y agrícola, las mujeres eran económica y socialmente poderosas. En las sabanas del África ancestral las mujeres se trasladaban al trabajo para recoger frutas y verduras, dejando a sus hijos al cuidado de parientes, regresaban al campamento con buena parte, muchas veces la mayor parte, de la comida para la noche. En la historia profunda (etapa de los comienzos primigenios de la humanidad) la norma era la familia de dobles ingresos. La antropología cree que las mujeres eran consideradas, en términos generales, como iguales del hombre. No obstante, al ir asentándose la revolución agraria, los hombres asumieron las labores económicas primarias: roturar el terreno, arar los campos y cosechar los frutos. Pronto se convirtieron también en comerciantes, guerreros, cabezas de familia y jefes de Estado (Fisher, 2000) y las mujeres empezaron a ser tratadas como lo que Simone de Beauvoir (citada por Fisher, 2000) denominó el segundo sexo . Así, las opciones de actividad para las mujeres se redujeron a tener como destino la carrera matrimonial. Aun cuando fueran entrenadas en las llamadas artes de adorno (bordar, cantar), su aprendizaje principal era el de la devoción; estaban destinadas a servir a un marido, ya que la subordinación de las mujeres a los hombres se ha concebido como un hecho natural (Burin y Meler, 1999).
Tales estereotipos y valores de la sociedad se comunican a través de la historia y asignan los roles correspondientes formando parte de la integración de lo que hoy se conoce como identidad de género. En el caso de la mujer, la madre es transmisora de femineidad, y no puede evitar transmitir el lugar que ella ha ocupado en la vida por el hecho de ser mujer (Hernández de Tubert citada en Mariam, 2000).
Recientemente se ha descubierto que la estructuración y la dinámica del psiquismo humano no dependen únicamente de los sucesos ocurridos en el curso de su vida personal, sino que también pueden organizarse a partir de experiencias traumáticas vividas, pero no elaboradas por las generaciones previas. Éste es un mecanismo general para la transmisión de la historia por la familia (Kaës, Faimberg, Enriquez y Baranes, 1993).
Al respecto, la psicoanalista Reyna Hernández de Tubert (Mariam, 2000) aplica el concepto de trauma transgeneracional, el cual se utiliza para dar cuenta de los efectos patológicos observados en los hijos y nietos de los sobrevivientes de graves experiencias traumáticas colectivas, tales como la guerra y el genocidio; sin embargo, puede ser aplicado también al efecto estructurante, a través de las generaciones, de las situaciones crónicas de discriminación. Desde la práctica psicoanalítica se sabe que cuando un hijo es rechazado o despreciado por sus padres, ello tiene graves consecuencias para el establecimiento de su autoestima.
En el caso de las niñas, éstas se encuentran frecuentemente, desde el comienzo de su vida, con una mirada de desvalorización o rechazo. Esta valorización negativa de la condición femenina es un valor social, que se manifiesta inevitablemente en todas las relaciones personales, así como en el mundo interno. Desde el mismo nacimiento, una niña se encuentra con que su madre no reacciona ante ella de la misma manera como lo haría ante un hijo varón, como bien lo señaló Freud (citado por Mariam, 2000). Así es inevitable que las fallas en la autoestima de la madre se reflejen en su aceptación y valoración de la hija, con lo que sus carencias se reproducen en la nueva generación.
La niña se encuentra discriminada por el resto de su entorno social y presencia cómo su madre también padece esta situación. Las mujeres han sabido siempre que ciertos conocimientos, capacidades y actividades no son para ellas: la mecánica, las matemáticas y otras ciencias exactas, el desempeño del poder en prácticamente todos los ambientes públicos y también el ejercicio activo de la sexualidad. Cuando una mujer se atreve a recorrer estos caminos, es percibida como masculina. Así, no resulta inesperado que aquellas mujeres que acceden a lugares y puestos antes reservados para hombres, lo hagan desde una identificación masculina (Hernández de Tubert, citada en Mariam, 2000).
Esta minimización sistemática de lo femenino, vivida y transmitida a través de las generaciones, afecta el establecimiento de la identidad y la autoestima femeninas. Las mujeres tienden a considerar sus cuerpos primariamente como elementos significativos para el atractivo de los otros, mientras tanto los hombres tienden a percibir sus cuerpos como elementos que sirven a un funcionamiento efectivo y operativo sobre el medio externo (Erikson, 1968). La niña es objeto, en el curso de su desarrollo, de múltiples identificaciones proyectivas, provenientes de la madre y del padre, del medio familiar y de la comunidad, que moldean su ideal del yo y su autoimagen (Hernández de Tubert, citada en Mariam, 2000).
Las mujeres, al valorar más su imagen corporal en términos de atractivo físico para los otros, se ven determinadas y condicionadas para alcanzar los estándares convencionales de una imagen física que potencia desde los medios de comunicación, principalmente, y que aparece muy realzado en anuncios televisivos, revistas, libros, entre otros (Cardenal, 1999). Ante tal situación, no parece extraño observar que las mujeres tiendan a sufrir problemas por ansiedad y depresión.
En 1979, la investigación antes mencionada de Estenberg (citado por Burin, 1991) afirma que la demanda de las mujeres a centros de salud mental puede explicarse desde el grado de disposición que tienen éstas a considerarse mentalmente enfermas, pues socialmente tienen un rol carenciado, inferiorizado, definido como enfermo, y tienen mayor disposición a enfermar mentalmente debido a los estilos de vida más bajos, más pobres, con mayores condiciones de estrés y problemáticas relacionadas con sus roles sociales dentro de la familia, o combinando éstos con otros roles sociales. En el campo de la salud mental, tales condiciones de vida dan origen a los diversos malestares propios de la mujer, se denominan factores de riesgo ante la neurosis (Burin, 1991).
En México, gracias a los estudios estadísticos de Cabildo (1991) es posible observar que las reacciones neuróticas en conjunto alcanzan una prevalencia del 10 al 13%, siendo las más frecuentes las reacciones de ansiedad, esto es, cuando menos una de cada diez personas mayores de 15 años, las presentan y son mayores en el sexo femenino, particularmente en las amas de casa, en donde llega una de cada cuatro; el grupo más afectado es el de 20 y 30 años de edad. De igual manera, las investigaciones internacionales reportadas en la CIE-10 , Clasificación de los trastornos mentales y del comportamiento ( OMS , 2000) indican que en México los trastornos específicos determinados por la cultura son: episodio depresivo moderado con síntomas somáticos y la neurastenia, debido a que se caracterizan por frecuentes episodios, a menudo crónicos, de extrema tristeza o ansiedad que dan lugar a un conjunto de manifestaciones somáticas, como dolor de cabeza o muscular, náuseas, pérdida de apetito, insomnio, fatiga y agitación. Tales investigaciones ligan estos trastornos al estrés, la cólera, el desequilibrio emocional y la baja autoestima. El síndrome es más frecuente en mujeres que en hombres.
En este punto no se debe pasar por alto el hecho de que estadísticamente hay más mujeres que hombres: el último recuento censal nacional realizado en febrero de 2000 muestra que la población residente en el país ascendía a 97.5 millones, 47.6 millones de hombres y 49.9 millones de mujeres, con lo cual la diferencia entre los volúmenes de mujeres y hombres se sigue ampliando y llega a 2.3 millones más de mujeres ( INEGI, 2003). Además, éstas son más longevas: en 1990, la esperanza de vida promedio para las mujeres era de 79 años en comparación con los 72 años que esperaban vivir los varones. Las diferencias en la longevidad entre hombres y mujeres parece resultar de una interacción de procesos fisiológicos, psicológicos y sociales; los índices de mortalidad prenatal y neonatal para varones son superiores respecto a las mujeres, lo que indica una vulnerabilidad fisiológica. De manera típica, muere un mayor número de hombres en accidentes y bajo circunstancias violentas, últimamente es posible que los hombres hayan experimentado una mayor presión cultural para destacar de manera laboral con la tensión que acompaña a tal imperativo.
Sin embargo, el reconocimiento de que las mujeres son las principales demandantes de los servicios de salud mental es una realidad señalada en las estadísticas registradas en la 7ª edición de Mujeres y hombres de México ( INEGI , 2003). En la encuesta del XII Censo General de Población y Vivienda realizada en 2000 se preguntó a la población dónde se atiende cuando está enferma; los resultados mostraron que un 96.4% de la población del país hace uso de los diversos servicios de salud; de éstos, los más utilizados son los que proporcionan las instituciones de seguridad social, a ellos acude un 38.5% de la población masculina y un 39.4% de la femenina. El uso de los servicios de salud se encuentra relacionado con el proceso del ciclo de vida, por lo que no extraña que la población en edad productiva y reproductiva (de 15 a 64 años de edad) conforme la mayor proporción de usuarios de servicios de salud en hombres (59.3%) y en mujeres (61.9%); cabe señalar que en las Estadísticas del Sector Salud y Seguridad Social, editado en el año 2002 ( INEGI , 2003), se registran como principales diagnósticos de egreso en hospitales los siguientes:

Diagnóstico Total Hombres Mujeres
Trastorno mental
y del comportamiento
debido a alcoholismo 8,885 7,109 1,476

Trastorno mental y
del comportamiento
debido a sustancias
psicoactivas 1,431 1,036 395
Trastornos del
humor (afectivos) 2,649 926 1,723
Trastornos neuróticos
relacionados con estrés
y trastornos somáticos 3,725 1,153 2,572
Otros trastornos mentales
y del comportamiento 1,156 494 662
Como se puede observar, más de la mitad de la población femenina no ingiere bebidas alcohólicas; sin embargo, es importante reconocer que las bebedoras actuales representan alrededor de 45 de cada 100 mujeres.
De igual manera, existen antecedentes de serios trabajos de investigación sobre la salud femenina, los cuales han aportado resultados confirmatorios de una elevada frecuencia de mujeres que presentan sintomatología depresiva, así como síntomas de trastornos de ansiedad y somáticos asociados a signos de baja autoestima (Lara, 1997).
Tal especificidad femenina en sus modos de enfermar ha llevado a los estudiosos del tema a postular las llamadas patologías de género. Al considerar una psicopatología de la diferencia sexual, se debe tomar en cuenta que está basada en la construcción social de la subjetividad femenina; se trata de una psicopatología de mujeres que no descalifica los conocimientos ya obtenidos, sino que intenta darle nuevos sentidos a los padecimientos, aportando nuevas articulaciones (Burin, 1991).
Las mujeres tienden a sufrir problemas relacionados con el estrés, con la ansiedad, trastornos somáticos o depresión con mayor frecuencia que los hombres, debido a las diferentes condiciones sociales, biológicas y psicológicas propias de la mujer que, de alguna manera, se encuentran asociadas a signos que indican un nivel bajo de estima hacia sí mismas. En esta línea se registra, en la gran mayoría de los estudios realizados sobre la salud mental de las mujeres, que la depresión (Burin, 1991), la anorexia, la bulimia, el consumo de drogas y la neurosis son las conductas autodestructivas predominantes que la mujer utiliza como una manera de refugiarse de la insatisfacción y el dolor que le causa llevar una existencia carente de motivaciones (Navarro, 1999).
El deseo de comer cuando no se tiene hambre, intentar llegar a un ideal muy alto de belleza, presentar actitud malhumorada constantemente, requerir de sustancias químicas para sentir unos momentos de bienestar emocional o perder el interés por las cosas personales y cotidianas son indicios de algún trastorno del estado de ánimo , cuya característica fundamental es un cambio en el humor o en la afectividad hacia la depresión, con o sin ansiedad asociada, o la euforia; cambiando de igual manera el nivel general de actividad de la persona. A menudo suelen estar relacionados con la presencia de acontecimientos o situaciones estresantes y pueden tener consecuencias graves, causando sufrimiento no sólo a la persona que los padece sino también a las personas que le rodean; además, muchas veces pueden pasar inadvertidos debido al ajetreo de la vida diaria ( OMS, 2000).
Para identificar los síntomas de tales conductas autodestructivas, se considera menester dar una breve descripción clínica según la CIE-10 , Clasificación Internacional de los Trastornos Mentales y del Comportamiento ( OMS , 2000) para que posteriormente se describan las principales características asociadas a la baja autoestima según algunos autores que han dedicado parte de su trabajo a estudiar las diferentes formas de enfermar de la mujer.
Depresión
Es necesario señalar que ésta no es sólo tristeza; hay una serie de síntomas que se deben reconocer. La CIE-10 (OMS, 2000) clasifica la depresión dentro del grupo de trastornos del humor (afectivos) y, a su vez, en diferentes trastornos organizados según su duración y características específicas; dentro de esta clasificación se encuentra el episodio depresivo típico , en el cual, ya sea leve, moderado o grave, el paciente sufre un estado de ánimo bajo, reducción de la energía y disminución de la actividad. La capacidad para disfrutar, interesarse y concentrarse está reducida, y es frecuente un cansancio importante incluso tras un esfuerzo mínimo. El sueño suele estar alterado y el apetito disminuido. La autoestima y la confianza en la persona misma casi siempre están reducidas, incluso en las formas leves, y a menudo están presentes ideas de culpa o inutilidad.
El estado de ánimo bajo varía poco de un día a otro, no responde a las circunstancias externas y puede acompañarse de los denominados síntomas somáticos , como son: pérdida de interés y de la capacidad de disfrutar, despertar precoz (varias horas antes de la hora habitual), empeoramiento matutino del humor depresivo, enlentecimiento psicomotor importante (observado o reportado por terceras personas), agitación, pérdida del apetito, pérdida de peso ( 5% o más del peso corporal del último mes) y disminución notable de la libido. En función del número y severidad de los síntomas, un episodio depresivo puede especificarse como leve, moderado o grave, y para diagnosticarse como tal deben presentarse cinco o más de los síntomas mencionados durante al menos dos semanas, no haberse presentado antes síntomas hipomaníacos o maníacos suficientes para cumplir los criterios de tal episodio y no es atribuible al consumo de sustancias o a ningún trastorno mental orgánico. Los síntomas del episodio depresivo son tan severos que impiden al individuo realizar sus actividades cotidianas y lo más común es que sea bajo esta situación que el individuo acuda a solicitar ayuda profesional.
Burin (1991) en El malestar de las mujeres se refiere a la depresión distinguiendo dos tipos específicos de ésta: 1) La depresión normal se trata de una reacción universal que desde una concepción psicoanalítica es absolutamente necesaria frente a las pérdidas emocionalmente significativas. Se le llama pérdida a toda separación transitoria o definitiva de un objeto emocionalmente significativo y la reacción a dicha pérdida se vive a través de un proceso de elaboración psicológica; a tal proceso se le conoce como duelo que, lejos de estar claramente delimitadas sus características, la intensidad con la que se vive depende del apego y valor asignado al objeto perdido. 2) La depresión neurótica se caracteriza por la fijación en alguna de las etapas del duelo. Su forma más peligrosa, por ser la más inadvertida, es cuando surge la fijación; el sujeto queda identificado con lo perdido y en su intento por revivirlo, se identifica parcialmente con éste, asumiendo algunos de sus rasgos o hábitos, llegando a veces a tomar como propios los que fueron los valores, intereses, afectos y objetivos vitales del objeto perdido. Esta es una situación habitual en mujeres de sectores medios y de centros urbanos, cuando al llegar a la edad media de sus vidas se preguntan: ¿y ahora qué?, ¿esto es todo? Estas mujeres habían gestado sus deseos maternales y domésticos, postergando otros que pudieron ser constitutivos de su subjetividad como mujeres.
Es importante recordar que los factores biológicos intervienen para facilitar la aparición de la depresión en las mujeres, tal es el caso de los cambios hormonales que surgen durante la menstruación, después del parto o durante la menopausia. Es común que durante estos cambios químicos las mujeres sientan variaciones en su estado de ánimo, que van desde sentimientos leves de tristeza hasta síntomas del episodio depresivo (Lara, 1997).
Consumo de drogas y alcohol
La adicción puede definirse como una apetencia anormal y prolongada hacia ciertas sustancias que producen efectos de bienestar; es cualquier acto que incluya obsesión, preocupación, impulsividad, deseo de satisfacción inmediata, ritualización y compulsión, los cuales funcionan a manera de un anestésico emocional; e s decir, muchas personas escogen ingerir alcohol o alguna sustancia estimulante, comer o no comer en lugar de sentir; utilizan un mecanismo de defensa mental llamado negación, que es uno de los más utilizados en cualquier persona adicta; funciona como una pequeña voz interna que constantemente está diciendo: Aquí no pasa nada, todo está muy bien. La negación tiene una función específica: apartar el dolor de la conciencia; además, para no sentir dolor el individuo tiene que anestesiarlo mediante sustancia química: alcohol, comida, ejercicio, haciendo todo tipo de dietas recomendadas, o mediante jornadas excesivas de trabajo. Así es como la persona busca infructuosamente borrar de su vida diversas experiencias, recuerdos y momentos que en el pasado le pudieron haber causado un impacto psicológico desagradable (Villarreal, 1999).
Vanderlinden (citado por Villarreal, 1999) hace referencia a las tres fases de la adicción:
• Tolerancia a la sustancia : cuando se consume una sustancia o se realiza una actividad en exceso; posteriormente el consumo es en mayor cantidad, sin sentir molestias físicas posteriores.
• Síndrome de abstinencia : cuando se realiza algún intento por dejar de consumir la sustancia o hábito adictivo llegan a presentarse diversos síntomas como temblores, cambios inesperados de temperamento, escalofríos, fatiga, mareos, irritabilidad, depresión, insomnio, sudoración, entre otros.
• Obsesión psicológica: esta fase se presenta después del síndrome de abstinencia. Se caracteriza por pensamientos recurrentes y obsesivos respecto a la sustancia o hábito adictivo. Los impulsos son cada vez más fuertes, lo cual hace que la persona pierda el control de lo que ingiere o hace.
De acuerdo con la CIE-10 los trastornos mentales y del comportamiento debidos al consumo de sustancias psicoactivas son diversos porque difieren en gravedad y forma clínica, pero todos son atribuibles al uso de una o más sustancias que pueden ser o no de prescripción médica (OMS, 2000).
Cuando las mujeres se sienten deprimidas o angustiadas buscan más a menudo al médico clínico o al ginecólogo, y bastante después a especialistas en trastornos mentales, según lo revela la investigación internacional de Estenberg de 1979 (citado por Burin, 1991); recurren a cuidados médicos, a las prescripciones de medicamentos de todo tipo, incluyendo a los psicofármacos y algunos medicamentos, como las drogas psicotrópicas, que actúan sobre el sistema nervioso central para producir efectos que alteren los estados mentales, especialmente los emocionales; son buscados y ampliamente utilizados porque producen cambios en la conducta, actúan como tranquilizantes (Burin, 1991). Estas drogas pueden dividirse en cuatro grupos principales:
• Tranquilizantes mayores : son utilizados para tratar las perturbaciones del pensamiento, especialmente cuando van unidos a la acción, como se produce en algunos casos de esquizofrenia.
• Antidepresivos : se prescriben en las depresiones severas (endógenas) a causa de sus efectos colaterales sedantes; a menudo se indican como píldoras para dormir, aun cuando la depresión puede no ser lo suficientemente severa como para justificar su uso. Pueden ser psicológicamente muy atractivos y, por tanto, difíciles de abandonar.
• Litio : ésta tiene una categoría propia por su estructura y sus mecanismos de acción. Se la utiliza en enfermedades maniacodepresivas.
• Tranquilizantes menores (ansiolíticos) : los principales grupos son: a) benzodiazepinas (diazepam, nitrazepan, lorazepan, bromazepan) y b) todos los otros sedantes, hipnóticos, ansiolíticos, incluyendo meprobamatos o barbitúricos.
El abuso en el consumo de drogas origina intoxicación, que es un estado consecutivo a la administración de una sustancia psicoactiva; produce alteraciones del nivel de conciencia, de la cognición, de la percepción, del estado afectivo, del comportamiento o de otras respuestas y funciones psicofisiológicas. Las complicaciones pueden ser: traumatismos, aspiración del vómito, delírium, coma, convulsiones u otras complicaciones médicas. La naturaleza de estas complicaciones depende del tipo farmacológico de la sustancia y del modo de administración ( OMS , 2000).
De los 2,217 pacientes atendidos por farmacodependencia en los Centros de Integración Juvenil en el Estado de México, únicamente 199 son usuarias funcionales, a diferencia de la población masculina que utiliza más el servicio ( INEGI, 2002); sin embargo, son las mujeres quienes constituyen el 66% de la población que usa tranquilizantes debido a que son quienes registran los más altos índices de consumo de drogas por presentar tristeza y pérdida de interés en sus actividades cotidianas: 21.9% son mujeres y el 18.7% de la población que consume drogas son hombres ( INEGI, 2003). Por esta razón las mujeres corren un alto riesgo de experimentar efectos de la droga durante un plazo más prolongado de lo prescrito, así como de automedicarse alternando la dosis recetada o sustituyéndola por drogas similares (Burin, 1991).
Asimismo, el consumo de alcohol, comúnmente definido como enfermedad crónica, progresiva y potencialmente mortal, se caracteriza por: tolerancia y dependencia física, alteraciones de los órganos, agresividad, alteración en su atención y juicio, presentando consecuencias de manera directa o indirecta, no sólo a nivel corporal sino a nivel familiar, laboral y social. Como ya se mencionó anteriormente, no importa que más de la mitad de la población femenina no ingiera bebidas alcohólicas, lo importante es reconocer que las bebedoras actuales representan alrededor de 45 de cada 100 mujeres y el riesgo es que estas cifras reportadas aumenten en un futuro.
Trastornos de la conducta alimentaria
Los trastornos de la alimentación pueden considerarse un síndrome. Los síndromes tienen la característica de no afectar un área específica en la vida de la persona, sino contaminar varias áreas que en un principio funcionaban en forma armónica. Este tipo de trastornos contamina de manera sutil varias áreas de funcionamiento, como las relaciones sociales, familiares, interpersonales, escolares, laborales y sobre todo la relación del individuo consigo mismo; impidiendo así que se integren de manera adecuada. La autoestima se va deteriorando, así como la capacidad de tomar decisiones y el control sobre sí mismo; en consecuencia, las personas con este trastorno se sienten impulsadas hacia la comida, las dietas, el vómito y el uso de laxantes, en un intento frustrado por evitar las emociones desagradables (Villarreal, 1999).
Para facilitar su estudio, los trastornos de la alimentación se clasifican en:
• Anorexia nerviosa : trastorno caracterizado por una pérdida deliberada de peso, inducida y mantenida por el paciente. Por lo común se produce en mujeres adolescentes y jóvenes. El trastorno se asocia a un pavor persistente ante la gordura y la flacidez de las formas corporales, a modo de ideas sobrevaloradas, se impone a sí mismo un límite de peso. Suele haber desnutrición de variable gravedad por la pérdida de peso corporal, de al menos un 15% por debajo del peso normal o del esperado por edad y altura; con cambios y alteraciones endocrinos y metabólicos secundarios de la función corporal que se manifiesta en las mujeres por amenorrea y en el hombre por pérdida de interés en la sexualidad, incluso impotencia. Los síntomas incluyen una dieta restrictiva voluntaria, ejercicio físico excesivo, inducción del vómito o purgas intestinales, así como el uso de anoréxicos y diuréticos.
• Bulimia nerviosa: síndrome caracterizado por: episodios repetidos de ingesta excesiva de alimentos en un corto periodo de tiempo, preocupación constante por la comida y un fuerte deseo de comer (ansiedad), que conducen a un patrón de vómitos, uso de purgantes, periodos de ayuno alternantes o consumo de sustancias anoréxicas o laxantes como un intento de contrarrestar los efectos sobre el peso de la comida. Este trastorno incluye la preocupación excesiva por el peso y la figura corporal. Los vómitos repetidos pueden dar lugar a trastornos del equilibrio electrolítico y a complicaciones somáticas. A menudo hay antecedentes de un episodio temprano de anorexia nerviosa, con un intervalo comprendido entre pocos meses y varios años ( OMS, 2000).
• Comer de manera compulsiva: este trastorno no se encuentra de manera específica en la CIE- 10 ; sin embargo, se considera importante incluirlo dentro de los trastornos de la alimentación debido a que, así como algunas personas manifiestan un miedo intenso a ganar peso o convertirse en obesos, incluso estando por debajo del peso normal, también existen personas que presentan obesidad como resultado de comer de manera compulsiva y no como consecuencia de algún problema o daño de carácter endocrino. La obesidad se define como un síndrome caracterizado por un aumento excesivo de peso corporal debido a la acumulación de tejido adiposo. Para Torttora y Snagnostakos (citados por Villarreal, 1999), las causas de la obesidad pueden clasificarse en exógenas , personas que simplemente ingieren una cantidad de alimentos con alto contenido de energía, superior a la que requiere su organismo, y endógenas, quienes dependen de trastornos en los que disminuye el catabolismo de carbohidratos y lípidos. Al parecer, la obesidad exógena es más frecuente que la endógena.
A pesar de que cada uno de los trastornos se ubica en una categoría independiente, las personas con este tipo de desorden generalmente no padecen un solo trastorno en estado puro, sino que suelen presentar a la vez los síntomas de dos trastornos o más. Las similitudes entre ellos son mayores que las diferencias observadas; estas últimas se manifiestan en el aspecto conductual: las personas con anorexia nerviosa ayunan, mientras que las personas con bulimia nerviosa se provocan el vómito; algunas comen compulsivamente, en tanto que otras hacen ejercicio de manera compulsiva.
Los trastornos de la alimentación se consideran dentro de las adicciones debido a que, al igual que las personas que padecen alcoholismo o farmacodependencia, la comida, el ejercicio, los laxantes o el vómito autoinducido se utilizan como anestesia emocional para no sentir dolor emocional. El proceso adictivo en los trastornos de la alimentación se divide en cinco etapas de acuerdo con lo señalado por Villarreal (1999):
• Gratificación : la comida produce resultados inmediatos para aplacar los estados de tensión; es decir, aparecen gratificaciones físicas y emocionales inmediatas. En consecuencia, surge la idea mágica de comer para permanecer tranquilo ante las tensiones y conflictos de la vida diaria.
• Obsesión psicológica : en esta etapa la conducta alimenticia es caótica, los atracones constantes y la preocupación con respecto a la comida se vuelven persistentes. La persona buscará justificar tal consumo ante los demás y ante sí misma. Dicha justificación opera como un mecanismo de defensa que intenta evadir la vergüenza que sucede al atracón. Posteriormente, la persona empieza a retraerse y aislarse del marco social para poder continuar con los episodios de voracidad.
• Inicio de vida secreta : aquí se ha perdido el control de lo que se ingiere y el pensamiento no es claro. La comida sigue teniendo efectos sedativos tanto físicos como emocionales, que contribuyen a evitar los sentimientos de culpa por comer compulsivamente. La persona niega tener un problema con la comida, no admite haber subido o bajado de peso y, en general, se niega a aceptar las consecuencias negativas físicas, emocionales y sociales del abuso que ejerce sobre su cuerpo. Los sentimientos de culpa persisten y se inicia con las promesas de iniciar una dieta que sólo lleva al inicio del ciclo de atracón-dieta infinidad de veces. Las dietas se llevan a cabo de manera tan rigurosa que no es posible prolongarlas por muchos días; la validez y confianza del individuo en sí mismo se ve amenazada.
• Compulsión avanzada : la fuerza de voluntad ya no le funciona a la persona, por lo que alterna métodos para reducir de peso en forma mucho más constante. El síndrome de abstinencia se presenta mientras se reduce la ingesta de alimentos. La única manera de reducir los síntomas de la abstinencia que conoce la persona es mediante atracones, ayunos o vómitos. La comida, el peso corporal y la figura son lo único que importa. La persona comienza a hacer promesas futuristas como cuando adelgace… , que la llevan a posponer actividades sociales, familiares y de interés personal. A su vez, la persona ya no encuentra respuestas justificables y lógicas para comer de manera compulsiva o utilizar métodos para adelgazar. Entonces aparecen síntomas de depresión como: desgano, fatiga o desinterés por sus actividades cotidianas, de manera constante. El estado de ánimo se vuelve irritable y se proyecta a la gente del entorno inmediato con manifestaciones del tipo: son ellos los que están mal, no yo .
• Quiebra : la última etapa se presenta cuando el trastorno de la alimentación ha invadido los aspectos de la vida que antes estaban libres de conflicto: el área familiar, social, afectiva, laboral, escolar. Sin embargo, la persona intenta ser perfecta, complaciente con los demás para mostrar que está bien y encubrir la falta de control sobre su vida.
Los pensamientos devaluatorios propios de las personas con este tipo de trastornos también distorsionan la percepción que éstas tienen de sí mismas, su autoconcepto. Por tanto, disminuyen también las cualidades que la persona se atribuye a sí misma; disminuye su autoestima. Estas deficiencias constituyen la piedra angular de los trastornos de la alimentación; por ello, para tratarlos es necesario modificar las creencias, actitudes y percepción interna mediante un trabajo terapéutico integral (Villarreal, 1999).
Con lo mencionado es posible observar que la falta de conciencia sobre la necesidad de autoestima dificulta comprender cuán importante es hacer elecciones que afirmen la propia estima de la mujer. Un bajo grado de integración implica que sus acciones pueden llegar a ser incongruentes y reducir su capacidad
para corregir su falta de autoestima.
La incapacidad para aceptar el valor de ser humano y de ser ella misma lleva a la posibilidad de auto-indiferencia o incluso auto-odio, que en niveles extremadamente bajos pueden guiar a conductas autodestructivas que poco a poco conducen a una vida sin sentido. Por lo que enfermedades como la dependencia de drogas y alcohol, el abandono de la propia salud, la permanencia en relaciones abusivas o el suicidio pueden vincularse a la falta de autoestima en la mujer (Branden, citado por Mruk, 1999).
No obstante, son también las mujeres quienes han hervido infusiones, confeccionado pócimas, aplicado ungüentos, masajes musculares, limpiado heridas, administrado sedantes y estimulantes, recetado dietas y brindado consejos a lo largo de toda la historia, curando amigos y parientes con su conocimiento del mundo natural y emocional. Este don femenino para curar ha sido durante mucho tiempo pasado por alto o minimizado por el mundo occidental.
En la actualidad las mujeres están convirtiéndose en una fuerza decisiva en casi todos los sectores de las profesiones sanitarias. Aportan tal expresividad emocional natural, propensión al trato afectivo y paciencia; que se están convirtiendo en suministradoras del bienestar personal, realizando avances significativos en muchos sectores profesionales. Y esto gracias a la empatía femenina, la cual también está siendo impulsada como un sentimiento que puede utilizarse en la población activa moderna para prestar atención a los factores sociales y psicológicos que contribuyen a las enfermedades, no sólo de la mujer, sino de la población en general (Fisher, 2000).
Podría concluirse que el valor que emite sobre sí mismo el ser humano tiene profundos efectos sobre el proceso de su pensamiento, sus emociones, sus deseos, sus valores y objetivos; es un factor decisivo en su desarrollo psicológico; es la parte más significativa para su conducta. Para comprender psicológicamente a alguien, se deberá entender la naturaleza y el grado de su autoestima (Branden, 2001). Se dice que físicamente no vemos como vivimos interiormente. Esto no es una cuestión de género sino de la existencia humana.

Bibliografìa
Branden, N. 2001. La psicología de la autoestima . Paidós, México.
Burin, M. 1987. Estudios sobre la subjetividad femenina. Mujeres y salud mental . Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires.
________. 1991. El malestar de las mujeres . Paidós, México.
________ y Meler, I. 1999. Género y familia . Paidós, Buenos Aires.
Cabildo, H. M. 1991. Salud mental, enfoque preventivo . Unión, México.
Cardenal, V. 1999. El autoconocimiento y la autoestima en el desarrollo de la madurez personal. Aljibe, Málaga.
Erikson, E. H. 1968. Identidad: Juventud y crisis . Taurus, Madrid.
Fisher, H. 2000. El primer sexo. Taurus, España.
INEGI. 2002. Anuario Estadístico . Edición 2000, México,
________ 2003. Mujeres y hombres en México . México.
________. 2003. Estadísticas del sector Salud y Seguridad Social. Cuaderno 19 . México, Edición 2002.
Kaës, R., Faimberg, H., Enriquez, M. y Baranes, J. J. 1993. Transmisión de la vida psíquica entre generaciones . Amorrortu, Buenos Aires.
Lara, M. A. 1997. ¿Es difícil ser mujer? Una guía sobre la depresión . Pax, México.
Mariam, A. 2000. Escenarios femeninos . Lumen, Argentina.
Mruk, C. 1999. Auto-Estima. Investigación, teoría y práctica. Descleé De Brouwer, España.
Navarro, M. 1999. Psicologías; Claves para vivir mejor. No. 8, julio. OMS . 2000.
CIE-10 Clasificación de los trastornos mentales y del comportamiento. Panamericana, España.
Villarreal, L. 1999. ¿De qué tenemos hambre realmente? Océano, México.

No hay comentarios: