11.9.08

LA RELACIÓN ENTRE GÉNEROS OSCILANDO ENTRE LO INSTITUIDO Y LO INSTITUYENTE
Leonor Guadalupe Delgadillo Guzmán
UAEM

Presentación
El objetivo de este artículo es mostrar una relación dialéctica en los géneros, entre lo instituido, aquello que está establecido, como el conjunto de normas y valores dominantes, más el sistema de roles que sostiene todo orden social, y lo instituyente, construido como negación de lo instituido, como una protesta. (Schvarstein, 1995) Se ha señalado que la dimensión social de la diferencia de géneros presenta un efecto directo sobre los individuos, mediado por las instituciones, aquellos cuerpos normativos jurídico-culturales compuestos de ideas, valores, creencias y leyes, que en su conjunto determinan las formas de intercambio social entre los individuos; en el caso del hombre y de la mujer, como géneros, se trata de una fuerte influencia sobre cada uno, a través de modelos estereotipados, que son justificados por su “naturaleza biológica” (Bourdieu, 2000; Amorós, 2001; Fernández, 1993) y objetivados en las condiciones materiales por las organizaciones. (Schvarstein, 1995)
No obstante, en la medida que los individuos toman distancia de lo instituido y observan las contradicciones que viven entre el discurso y las prácticas, son capaces, de manera colectiva o individual, de buscar contrarrestar aquello establecido a través de un propuesta instituyente que busque resolver esas contradicciones. Para ilustrar esto tómese como ejemplo la contradicción entre la igualdad constitucional entre hombres y mujeres planteada en el artículo cuarto como ciudadanos y la desigualdad en diferentes ámbitos (Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos); considérese al respecto los salarios, la historia en el país del derecho al voto para las mujeres, la representación por género en puestos de mando, trátese del ámbito que sea y la jerarquía tradicional al interior de la familia, son situaciones que revelan una ya conocida desigualdad entre géneros.
El lugar social asignado a la mujer
Desde la Antigüedad, con Aristóteles, se tipificaba a la mujer como un varón que se ha quedado a la mitad, es un varón no logrado, una especie de aborto de varón. Estas ideas establecieron una tradición misógina que comparte similitud con la misoginia judía, en donde la mujer posibilita la reproducción legítima y la sucesión del patrimonio, de esta manera deja de ser nombrada, sólo se nombra a los varones y de ser aquella nombrada será en asociación con la catástrofe. El cristianismo como religión heredará esta concepción de la mujer como la ignorada en las genealogías, una vez que la Iglesia se instituye y se convierte en un aparato de poder, se mantiene a las mujeres subordinadas a los hombres. (Amorós, 2001) Se establece un esquema de relación entre lo público y lo privado de desigualdad, desigualdad de dependencia y desigualdad de superioridad-inferioridad.
“Las relaciones de dependencia son siempre de naturaleza personal (una persona es dependiente de otra), mientras que las de inferioridad-superioridad reflejan el lugar que ocupan las personas de un modo permanente en la división social del trabajo y no se basan necesariamente en la dependencia personal…Sin embargo, las relaciones de dependencia personal no contienen obligatoriamente el momento de la inferioridad-superioridad. Cuando son el fruto de una libre elección, cuando se basan en la diferencia de capacidad, cuando surgen por la necesidad de guiar, integrar una acción o una serie de acciones, se basan también en la desigualdad, pero no en la desigualdad social, sino en la personal.” (Heller, 1998
¿De dónde emerge esta subordinación, una subordinación que remite a una relación de desigualdad? Se ha señalado que la asociación de la reproducción sexual de la mujer es la que permite la continuidad del nombre del varón a través de la descendencia, es la mujer y no el varón la que es capaz de reproducir a la familia y con ello de hacerla permanecer; de esta manera se definen los lugares que cada sexo ocupa, para la mujer su lugar natural es la casa, en la que se suceden una serie de tareas propias a su ser: procrear, criar y procurar a los otros; un lugar en el que sirve y no decide; mientras que para el hombre su lugar está fuera de la casa, entre sus tareas está la de proveer a los miembros de su familia, entre ellos, desde luego, a su mujer.
Esta relación de desigualdad se ve aderezada por el amor romántico que surge a finales del siglo XVIII en adelante, asociado a otras influencias como la creación del hogar desde el momento en que la familia deja de ser una unidad de producción, al ser transferido el trabajo fuera de la familia, suscitando un cambio en las relaciones entre padres e hijos, los hijos dejan de ser miembros de producción y la invención de la maternidad; todos, elementos fuertemente ligados a la mujer. El amor romántico proyecta una trayectoria de vida a largo plazo, en la que se comparte la vida con otro, historizando la relación con una importancia relevante, porque genera una intimidad que presupone una comunicación psíquica entre la pareja. La mujer suaviza y moldea la masculinidad indomable, haciendo posible que el afecto mutuo se establezca como una línea principal en su vida común. De tal manera que, con una división del trabajo entre los sexos en la que domina el esposo, por ser él quien cuenta con un trabajo retribuido y ella con un trabajo no retribuido, la casa, se confina a la mujer a un destino: el matrimonio para que a través de él se constituya en una mujer “respetable”; sin embargo, en la época actual, los ideales del amor romántico se han debilitado frente a la presión de la emancipación sexual femenina. (Giddens, 2000) Transformación que da lugar a una fuerte tensión entre lo tradicional y lo no tradicional, entre lo instituido y lo instituyente, entre el ser hombre y el ser mujer, entre la pareja heterosexual y la pareja no heterosexual.
Tras la búsqueda de la igualdad
Es en la Ilustración, en el siglo XVIII, cuando se registran las raíces de un movimiento social que cuestiona la desigualdad entre los géneros: el feminismo junto con la Revolución francesa, cuyo lema “Libertad, fraternidad e igualdad”, conllevó a un lento proceso de inserción de las mujeres a la democracia, a su acceso por su ciudadanía. (Amorós, 2001)
Antecedentes importantes se encuentran en el siglo XIV en Inglaterra, con Guillermina de Bohemia, quien organizaba una Iglesia de mujeres y esperaba el milenio para la mujer. Esta celebre mujer dijo: “Jesús había venido para redimir a Adán pero no a Eva, y en la segunda aparición iba a venir a redimir a Eva”; Guillermina de Bohemia acabó en la horca. (Amorós, 2001) Para 1791, en Francia, Olimpia de Gouges publicaba Los derechos de la mujer y de la ciudadana. (Sau, 1981) Se trató de mujeres disidentes que revelaban la contradicción entre el discurso político y la práctica social, mujeres críticas porque cuestionaban el orden patriarcal establecido, un orden indispuesto a ceder espacio a las mujeres.
Su acción revolucionaria en el sentido de Heller, hizo eco en otros puntos del mundo; además de Francia e Inglaterra, en Italia se publicó la Breve defensa de los derechos de la mujer escrita por la condesa romana Rosa California, poco después se publicaban los primeros periódicos femeninos en cuyas páginas se reclamaban derechos de igualdad, en Estados Unidos se publicó la Declaración de Séneca Falls, en Nueva York, por Lucretia Mott y Elisabeth Cady Stanton, en respuesta a un documento que excluía a las mujeres: la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, en cuyo contenido se pedía igualdad de propiedad, de salario en el trabajo, de derecho a la custodia de los hijos, derecho de hacer contratos, de llevar a alguien a los tribunales y de ser llevada, de prestar testimonio y de votar. (Sau, 1981; Ferreira, 1995)
Otros datos interesantes al respecto de la condición de control hacia la mujer como género, se encuentran también en Ferreira, en el siglo XVIII. En 1728 el inglés Daniel Defoe denunciaba la práctica de enviar a las esposas a manicomios al menor capricho o disgusto del marido, práctica que condujo al aumento de los mismos; por los malos tratos, si las mujeres no estaban locas, terminaban estándolo. Otro caso de denuncia reportado por esta investigadora fue el del escritor Leon Daudet en 1931, quien señalaba que el Código Civil era un barco en el que la mujer se veía obligada a permanecer encadenada por el contenido de artículos y prescripciones implacables. (1995)
Ubicando una historia más reciente, en el pasado siglo dos fechas son relevantes, por un lado, se instituyó el Día Internacional de la Mujer con motivo de las 129 obreras victimadas en una fábrica de Algodón en Nueva York el 8 de marzo de 1908, que se manifestaron en las instalaciones de la Compañía demandando reducción de su jornada de trabajo a 10 horas en virtud de que laboraban entre 14 y 18 horas diarias; descanso dominical, pues trabajaban todos los días; pago de su salario en el mismo monto que el devengado por los varones, ya que el que recibían era menos del 50% que el de ellos. En devolución a sus demandas el dueño incendió la fábrica estando las mujeres dentro, rodeando las instalaciones con hombres armados. Por otro lado, el mismo tono histórico tuvo la creación del Día Internacional de la No violencia contra la Mujer, a propósito de la tortura, violación y asesinato de las hermanas Patricia, Minerva y María Teresa Mirabal, durante la dictadura de Trujillo en República Dominicana, por luchar en contra del régimen político de entonces. (Ferreira, 1995)
La tensión entre lo instituido y lo instituyente
A pesar de la acción crítica realizada por estos individuos, sus planteamientos sólo fueron acogidos conforme la dinámica política mundial se consolida hacia el ejercicio de una democracia, antes de esto, en su lugar se fueron construyendo otros argumentos ideológicos que mantuvieran a la mujer en el mismo lugar de subordinación, como el de lo natural frente a lo racional, la mujer es lo natural y en tanto natural al tiempo de tener la encomienda de cuidar y procurar el hogar deberá ser entonces domesticada y vigilada por el varón, despojándola como sujeto de contrato social (Amorós, 1002), es decir, carente de voz y voto para la toma de decisiones del mundo público, pues dada su naturaleza se encuentra alejada de lo racional.
Desde la ciencia, la educación, la literatura, la sexualidad, se advierte una suerte de alianza institucional, un pacto estructural: en la época de la ilustración y de la modernidad, hombres de ciencia reconocidos, provenientes de diferentes ámbitos, refuerzan la desigualdad entre los géneros, por ejemplo, se registra el planteamiento de Paul Broca sobre las diferencias de peso cerebral, declarando que el género femenino, por ser más liviano, revelaba una menor inteligencia que el cerebro del varón. Desde la psicología social se presenta el llamado que hace Le Bon a finales del siglo XIX para rechazar la igualdad en la educación; desde la medicina en esta misma época Sigmund Freud presenta la incompletud de la mujer debido a su naturaleza castrada. Respecto a la educación, Luis Vives, en el siglo XIV, en 1528, en su obra Instrucción de la mujer cristiana , señalaba que la esposa tiene como deber mostrar gran obediencia y acatamiento a su marido, en este mismo tono Astete, un educador jesuita, en 1603 sostenía que las niñas no necesitaban aprender a escribir ni debían concurrir a las escuelas públicas. Por otro lado, en la literatura se registran muestras de esta desigualdad, como es el caso de Lope de Vega en 1600, puesto que para él, la mujer sólo debía saber parir y criar a sus hijos, permanecer en casa, recluida en el espacio de lo privado, supeditada al mandato varonil de su marido. (Ferreira, 1995)
Lo anterior muestra una violencia estructural y cultural desde el modelo de Galtung (1998) -la violencia simbólica de acuerdo con Bourdieu (2000)-, las instituciones sociales que sostienen la estructura circulan contenidos ideológicos que en su conjunto prescriben los papeles del hombre y de la mujer. Un ejemplo de estos contenidos ideológicos son los mitos sobre la violencia de la mujer en el marco de la pareja: los casos reportados son pocos y por lo tanto no representan un problema grave; la violencia masculina se justifica por problemas de salud mental; es un problema que sólo ocurre en las familias con pocos recursos económicos; es a causa del consumo de alcohol; la conducta violenta es algo innato; a las mujeres les gusta ser maltratadas; piden la violencia porque les gusta; las mujeres provocan a su pareja; los abusos sexuales ocurren en lugares peligrosos, apartados y oscuros; si las mujeres sufren violencia sexual es porque ellas solas se exponen; el hombre por naturaleza es aguerrido. (Márquez, 1990-1991; Zamora, 1998)
En oposición a los mitos, se observa una decisiva influencia de los movimientos sociales de víctimas. Conforme se agrupan y organizan representan colectivos femeninos de presión para las instituciones como: procuración de justicia, asistencia social y derechos humanos, en materia de justicia ha tenido importantes avances en leyes, un referente concreto, se registra en el Seminario Internacional sobre Violencia en la Familia, llevado a cabo en Viena en 1983, en el que participaron la Alianza de Organizaciones no Gubernamentales para la Prevención del Delito y la justicia penal en cooperación con la Subdivisión de Prevención del Delito y Justicia Penal del Centro de Desarrollo Social y Asuntos Humanitarios, discutiendo la victimización de la mujer. (Herrera, 1996; Naciones Unidas, 1983)
El tutelaje hacia la mujer por parte de los Estados ha tenido avances favorables, durante los últimos años diferentes países han establecido acuerdos internacionales para velar sobre el bienestar de la mujer y de los miembros de la unidad doméstica, han sido distintas actividades en torno a la discriminación y violencia hacia el género femenino: Primera Conferencia Mundial sobre la Mujer en 1975, celebrada en México, un primer acercamiento aunque sin profundidad; Segunda Conferencia celebrada cinco años después en Copenhague, se señala a la violencia doméstica como un problema serio y complejo; 1985, Nairobi, Conferencia Mundial para el Examen y la Evaluación de los Logros del Decenio de Naciones Unidas para la Mujer: igualdad, desarrollo y paz; se alude a la violencia contra las mujeres como un obstáculo para la paz, es necesario estudiarla con particular atención, ofreciendo asistencia total a las víctimas. En 1990 el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas plantea a los gobiernos que adopten medidas inmediatas para establecer a la violencia contra la mujer como un delito, abarcando la familia, el trabajo y a la sociedad. En ese mismo año tuvo lugar el Octavo Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y el Tratamiento del Delincuente, se reconoció que la violencia contra la mujer era resultado de un desequilibrio en el poder entre ambos géneros. Para 1992 el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer resolvió presentar una definición de la discriminación en razón del sexo. Para el año siguiente, 1993, en la Conferencia Mundial sobre Derechos Humanos celebrada en Viena se contiene en su declaración la necesidad de establecer medidas legislativas a nivel nacional y en cooperación internacional, al igual que el establecimiento de políticas públicas para eliminar la violencia contra la mujer a nivel público y privado. A finales de 1948, durante el período de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas, se aprobó la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. En los trabajos preparatorios para la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, se debatió el tema y dio como resultado la aprobación de la Convención de Belém do Pará en la Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos, cuyo nombre formal es: Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer. Para la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, celebrada en Pekín en 1995, los Estados Miembros de las Naciones Unidas se comprometieron a prevenir y eliminar todas las formas de violencia contra las mujeres y las niñas, afirmando que este problema mundial de salud impide el logro de los objetivos de igualdad, desarrollo y paz. En la Asamblea General de Naciones Unidas, llevada a cabo en 1998, se aprobaron las Estrategias y medidas prácticas modelo para la eliminación de la violencia contra la mujer en el campo de la prevención del delito y la justicia penal. Para el 23er. periodo extraordinario de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas La Mujer en el año 2000: Igualdad entre los géneros, desarrollo y paz para el siglo XXI, se expusieron los avances alcanzados, señalando la intervención del Estado para la atención de la víctima y el castigo al victimario. La discusión a nivel internacional sobre el fenómeno de la violencia hacia el género femenino devela a la luz actual de los derechos humanos un proceso histórico de victimización. (Instituto Nacional de las Mujeres, 2003)
México participa en estas políticas de asistencia, adquiriendo una serie de compromisos entre los que destacan sensibilizar y capacitar a los servidores públicos que atienden a las víctimas; establecer centros de asistencia y orientación a éstas; desarrollar la investigación; difundir campañas informativas sobre este fenómeno y sus posibles soluciones por medio de folletos y carteles; revisar y modificar en su caso la legislación vigente para eliminar lagunas y rezagos en torno a la violencia familiar; establecer modelos de intervención; y efectuar reformas al código civil y de procedimientos civiles en materia de divorcio, patria potestad y custodias. Estas iniciativas desmitifican al hogar como el espacio que prodiga a sus miembros cuidados, respeto, vínculos intensos de afecto, enseñanza de los estereotipos culturales de acuerdo con los atributos que se tienen como miembro de ese grupo. (Pérez, 2000, 1999)
Conclusión
Los elementos vertidos hasta aquí señalan un marco de relación entre los géneros que se encuentra en el tránsito de una definición, que si bien no está en lo absoluto concluida, parece apuntar hacia la construcción de relaciones de igualdad o por lo menos de menor desigualdad, en las que hombres y mujeres sean capaces de mirarse sin un arriba, sin un abajo, de encontrar una mirada social lo más equidistante posible, apoyados en lo que ha sido su historia como miembros activos de un mundo, que es a la vez nuestro mundo.
Para poder acercarse cada vez más a un ejercicio de relación entre géneros igualitario, que se encuentra en plena construcción, es necesario formar y mantener un estado autoconsciente, que de sí implica distintas y simultáneas miradas; la mirada personal hacia las propias percepciones, pensamientos y acciones; la mirada al otro como ser humano, que de igual modo englobe sus percepciones, pensamientos y acciones; la mirada al contexto que rodea al individuo, que conduzca a una reflexión que analice la razón o sin razón de los mandatos sociales que se circulan, preguntando si estimulan la no discriminación

Bibliografía
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Bourdieu, P. 2000. La dominación masculina . Barcelona, Anagrama.
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Herrera, M. 1996 . La hora de la víctima . España, Edersa.
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Schvarstein, L. 1995. Psicología social de las organizaciones . México, Paidós.
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