LOS COSTOS DE LA VIOLENCIA DOMÉSTICA EN EL AMBITO PRODUCTIVO
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO
DELGADILLO GUZMÁN LEONOR GUADALUPE
MERCADO MAYA AIDA
PONCE DÁVALOS TERESA
GARCÍA ITURRIAGA SERGIO LUIS
SANTOS LÓPEZ ARISTEO
“Cuerpo Académico de psicología Organizacional en la UAEM”
Correos electrónicos
delgadilloleonor@hotmail.com
aidamercadom@hotmail.com
RESUMEN
Esta participación constituye una invitación para reflexionar sobre los efectos que en el ámbito productivo tiene la violencia doméstica, particularmente la violencia de pareja, cuyos costos van en detrimento de las ganancias sociales, económicas y personales de las partes involucradas: la organización y el recurso humano. Se desarrolla una discusión sobre las construcciones de género por sexo que llevan en sus implicaciones consecuencias desfavorables para la mujer y el hombre. Finalmente se cierra el trabajo con una serie de propuestas que desde los mandos de tomas de decisión pueden considerarse para hacer desde las organizaciones un frente activo que contrarreste a la violencia de pareja como fuente de riesgo y amenaza de las ganancias.
PALABRAS CLAVES
Violencia, poder, género.
INTRODUCCIÓN
Bajo el esquema económico actual en el que está inserto el mundo, la mano de obra femenina, como fuerza de trabajo resulta una de las fuentes más importantes; en opinión de Aguilar (1989) la inserción de la mujer en la época moderna en el contexto mexicano ha representado varios beneficios a los empresarios: pagos de bajos salarios en comparación con los devengados a los varones, menor ausentismo, mayor puntualidad, menos conflictos laborales, mejor disposición de obediencia a las figuras de autoridad: supervisores, jefes, gerentes y directivos. Esta condición de ganancia al menos para los inversionistas constituye un elemento de persuasión para continuar contratando mano de obra femenina, porque de manera sintetizada los riesgos y las pérdidas son menores en contraste con la mano de obra masculina.
No obstante, el observar este fenómeno masivo de inserción laboral femenino, se despiertan diferentes interrogantes: ¿qué pasa con la mano de obra masculina? ¿Por qué se toleran las diferencias salariales por género? ¿Qué medidas al respecto toma la Junta de Conciliación y Arbitraje de la Secretaría del Trabajo? Más aún ¿cómo se ve afectado el ámbito productivo con la violencia doméstica? ¿De qué manera se ve impactada la relación de pareja cuando la mujer es la que trabaja? ¿Qué efectos se dan en la familia cuando la mujer toma distancia del papel tradicional socialmente asignado? Con relación a las primeras interrogantes en una óptica gruesa y un tanto forzada, se observa que es posible explicar de manera parcial pero no por ello menos sólidamente, que el peso de las prácticas culturales juega un papel importante, prácticas que se distinguen por establecer una diferencia entre el hombre y la mujer, en un orden de superioridad-inferioridad, es por medio de tales prácticas que se logra in visibilizar algunos de los problemas de discriminación laboral entre los géneros.
El eje de discusión del presente trabajo se encuentra en las tres últimas interrogantes: ¿cómo se ve afectado el ámbito productivo con la violencia doméstica? ¿De qué manera se ve impactada la relación de pareja cuando la mujer es la que trabaja? ¿Qué efectos se dan en la familia cuando la mujer toma distancia del papel tradicional socialmente asignado?
Los conceptos fundamentales del fenómeno que se aborda son definidos de la siguiente manera:
Violencia: todo acto humano intencional que por acción u omisión, se vale de la fuerza física o simbólica para dañar a otro(s) física, psicológica, sexual o económicamente, para obligar al que se domina a actuar de una forma determinada. ¿Por qué definirla de esta manera? Sin pretender agotar con esta propuesta de definición a la violencia, se parte del hecho que la mayoría de los actos violentos se dan en el marco de las relaciones sociales, que pueden o no darse en la vida cotidiana, es decir, en la familia, en la escuela, en el trabajo, en la colonia y también en condiciones no cotidianas como la guerra, el terrorismo.
Violencia de pareja: aquel acto por acción u omisión por parte de uno de los miembros de la pareja, intencional, que valiéndose de la fuerza física o simbólica daña la integridad física, psicológica, sexual o económica del otro miembro. El concepto pareja será entendido como la relación entre dos adultos que se distingue por una afectividad en la que predominan los sentimientos del sí cuya vida es compartida en la cotidianidad (Heller, 1998).
Mujer: el término mujer se refiere al género femenino y a su condición histórica, su uso alude al grupo sociocultural de las mujeres, que en su conjunto comparten en términos históricos la relación sexo-género, que entre otras cosas, da vida a los otros, los reproduce en tanto que es procreadora y los recrea en tanto que es dadora de placer erótico (Lagarde, 1997). Trabajando en este momento con la mujer cuyo deseo y prácticas sexuales se dirigen hacia los miembros del sexo opuesto, mujeres que son heterosexuales. Es necesario precisar que en esta ponencia se toma distancia de la violencia institucional que en el marco del trabajo remunerado pueda existir, en virtud de que el objetivo es dar cuenta de las repercusiones de la violencia domésticas en toda organización que cuente con personal femenino.
El contenido de este trabajo contempla los siguientes apartados: el lugar social de la mujer, la valoración social y económica del trabajo de la mujer, formas de violencia, propuestas y conclusión.
DESARROLLO
El lugar social de la mujer
De forma general se observa a partir de los trabajos de la antropología y la sociología, que la mujer ocupa un lugar secundario con respecto al lugar otorgado al hombre (Bourdieu, 2000; Elias, 2001; Lagarde, 1997, entre otros). Al finalizar la década de los años ochenta, las Naciones Unidas difundió una estadística sobre la discriminación y la explotación de las mujeres en el mundo: Entre 1980 y 1990, las mujeres, que representaban aproximadamente la mitad de la población mundial (51%), habían realizado dos terceras partes del trabajo productivo, habían recibido 10% del ingreso y sólo detentaban 1% de la propiedad mundial (Torres, 2001).
En el terreno político esta diferencia también se refleja, la División de Naciones Unidas para el Adelanto de la mujer, informó que si bien es cierto que la representación femenina se encuentra en este ámbito, también es cierto que su participación no excedía el 16% en los consejos locales, porcentaje que se ve reducido en las legislaturas nacionales: la mujer representa el 7% en los gabinetes nacionales y sólo el 4% en la jefaturas del ejecutivo (presidentas y primeras ministras) (Torres, 2001).
Cuando la mujer ocupa una posición social reconocida como masculina, hay una percepción particular: se trata de una mujer “desviada”, que se aleja de la norma, o en su caso, la trasgrede. Para ilustrar este punto, considérese los casos de los hogares con jefatura femenina en México, que son aproximadamente el 15% del total, se consideran como familias “defectuosas”, con menos apoyos institucionales: Créditos y préstamos bancarios, seguridad social, entre otros. Percepción que se valida en tanto que proviene de una sociedad cuyos esquemas se establecen de acuerdo a una visión androcéntrica y patriarcal.
La valoración social y económica del trabajo de la mujer
En términos del trabajo, entendido como proceso de transformación de bienes y servicios llevados a cabo por una persona, las mujeres en edad reproductiva que prestan sus servicios en alguna institución y que además tiene pareja o bien familia, desempeñan una doble jornada laboral, aquella que realizan en su empleo y la otra que realizan en el marco de la unidad doméstica, de la casa. Trabajo de doble jornada que difícilmente realiza el varón, dadas las construcciones culturales que en torno al trabajo doméstico existen: exclusión de la participación del varón, el hogar como responsabilidad total de la mujer, lo que incluye su buen funcionamiento, aprovisionamiento y limpieza, el hogar como espacio de descanso y contención emocional sostenido por la mujer.
Las mujeres, como miembros inmersos en una sociedad androcéntrica y patriarcal, se relacionan en la desigualdad y necesitadas permanentemente de los otros para ser definidas como mujeres, respondiendo de esta manera al esquema dominante de la feminidad, definido en oposición a la masculinidad (Lagarde, 1997). Su subjetividad, su particular forma de concebir el mundo y su vida se van constituyen por el conjunto de normas, valores, creencias, lenguajes y formas de aprehender el mundo conciente e inconscientemente en el marco de la desigualdad, la desigualdad como falta de
paridad, producto de la subordinación; su subjetividad se construye a través de una cultura (entendida como la reproducción de modos de vida y de concepciones del mundo particulares) que se caracteriza por su opresión a su género y la explotación de su fuerza de trabajo doméstica y asalariada.
Esta explotación a su fuerza de trabajo se vale de una justificación ideológica, que liga su jornada doméstica a la realización de sus instintos de amor, abnegación y dedicación, invisibilizando el valor productivo de su trabajo. A decir de Lagarde (1997), sólo con el feminismo se inicia un humanismo de fondo, pues se constituye como una crítica de esa cultura y propone una cultura nueva. Considere el lector la posibilidad de conseguir a otra persona para que realice todas las labores que lleva a cabo la mujer que en su casa se encuentra como ama de casa, de conseguir a esa otra hipotética persona tendría obligatoriamente que pagar los servicios, porque de otra forma no se consigue a nadie para que gratuitamente los haga, ¿por qué entonces no llevar a cabo esta misma lógica económica con la mujer que es ama de casa, independientemente de que trabaje y recibe un salario por otras actividades ajenas a las del hogar?
¿Qué es lo que nos detiene culturalmente a concebir el pago a esa mujer con la que se comparte la casa, el tiempo común y en ocasiones la paternidad? ¿Qué la hace diferente a esa otra que se contrata para hacer el quehacer doméstico pagándole por ese tiempo que dedica a dichas labores? Y en todo caso ¿Qué detiene a los hombres a compartir el tiempo y el esfuerzo a los servicios y bienes que se transforman en la casa, como unidad doméstica, para beneficio de sus miembros?
Si bien las formas de relación entre los géneros están sometidas a cambios desde hace algunos años, tal y como lo ilustra Giddens (2000) en el análisis general que realiza en las sociedades occidentales, cabe también aclarar que su análisis está enfocado a los países con más alto desarrollo socio-económico, léase: Estados Unidos e Inglaterra fundamentalmente, lo que no significa que el resto de los países occidentales corran con la misma dinámica de transformación, bajo el mismo ritmo e infraestructura que aquellos dos.
Lo anterior significa que a la fecha prevalece como modelo de relación entre los géneros un ejercicio del poder diferenciado. Partiendo de la definición que sobre poder cita Foucault (2000), como la capacidad social que un individuo tiene para obligar a otro u otros a actuar de determinada manera, en el marco del espacio social se coloca al varón en una posición de superioridad y a la mujer en una posición de inferioridad, el uno con respecto al otro y viceversa.
De ahí que la imposición por género ya haya quedado establecida desde las antiguas civilizaciones hasta nuestra época en varios lugares de este nuestro mundo. Ligando la definición del poder con la definición de la violencia dada en las primera entonces es fácil visualizar que la violencia es una expresión del poder, en este sentido, la violencia que aquí se aborda es la directa, aquella que se juega en la interacción de los miembros de la pareja, que se expresa como un acto pasivo o activo
que somete y daña a otro.
Siguiendo este razonamiento, si la violencia es una expresión extrema del poder cabe la pregunta ¿existen otros tipos de violencia que no sean extremas? Este cuestionamiento lleva a las consideraciones que sobre violencia simbólica presenta Bourdieu (2002) junto con otras de sus nociones: habitus y espacio social, que dan lugar a una comprensión del cómo los miembros de una sociedad desarrollan formas disposicionales de relación con los demás, en tanto que, están inmersos en una cultura específica, estas formas disposicionales no son otra cosa que el habitus, como social inscrito en el cuerpo, guiadas por taxonomías prácticas, las oposiciones entre lo alto y lo bajo, lo masculino y lo femenino, etcétera (Bourdieu, 2000b: 71, 79).
Dichas formas permiten la reproducción de las consignas sociales de acuerdo a la posición que en el espacio social se ocupe y al mismo tiempo lega al individuo su identidad, como construcción social con la que conoce y reconoce las acciones propias y ajenas, que codifica con esquemas cognitivos y percepciones compartidas con los demás. Las relaciones entre géneros se distinguen por ser asimétricas en la disposición y uso del poder; una visión que es producida y reproducida desde la acción de los miembros de la familia, de la escuela, la iglesia y hasta el Estado, a través de sus distintas instituciones sociales, que inculcan un aprendizaje diferenciado: para la mujer la sumisión del cuerpo, para el hombre la dominación del cuerpo propio y ajeno. Se trata de la compleja elaboración de un trabajo psicosomático, que tiende a virilizar a los varones y a empequeñecer a las mujeres, un trabajo que es asimilado de manera inconsciente como también por obediencia deliberada, que muestra la adscripción al comportamiento correcto, valorado así por los miembros de los diferentes grupos sociales en los que se relaciona.
Ese aprendizaje configura esquemas que de acuerdo con Bourdieu funcionan como matrices de las percepciones, de los pensamientos y de las acciones de todos los miembros de la sociedad, que al ser universalmente compartidas se imponen a cualquier agente como trascendentes. Es así como se afirman las estructuras de dominación, con las que contribuyen todos los agentes singulares, incluidas las mujeres, con armas como la violencia física y la violencia simbólica. Esta última se instituye a través de la adhesión que el dominado, en este caso las mujeres, se sienten obligadas a conceder al dominador, al varón, y en consecuencia a la dominación; al no disponer el dominado de otros instrumentos de conocimiento para imaginar una relación distinta a la que tiene, esta relación de dominación parece natural. En este sentido, en las relaciones de pareja uno de los principios comunes universalmente compartido, es aquel que exige que el hombre ocupe por los menos aparentemente y de cara al exterior la posición dominante, principio que queda ilustrado de forma explícita en la diferencia de estatura y de edad, como signos admitidos por todo el mundo (2000).
Sin embargo, una riqueza conceptual de la noción de habitus, es que al mismo tiempo que implica lo arriba descrito, también, se liga con lo impreciso y lo vago. Se trata de una espontaneidad que se afirma con la confrontación improvisada con situaciones sin cesar renovadas, obedeciendo a una lógica práctica (Bourdieu, 2000b).
Es esta parte de indeterminación, de apertura, lo que hace que el agente no pueda remitirse complemente al habitus en las situaciones críticas y peligrosas, como lo es la violencia de pareja. Bourdieu enuncia como ley general que ‘cuanto más peligrosa es la situación más la práctica tiende a ser codificada’ (2000b). Codificar es a la vez poner en forma y poner formas, se trata de una operación que establece un orden simbólico.
No obstante, el reconocimiento que hace Bourdieu sobre la capacidad de reacción que un sujeto puede tener frente a condiciones críticas y peligrosas como la violencia de pareja, para poder afrontar de manera más efectiva, es necesario que los distintos escenarios en los que la mujer se mueve se encuentren sensibilizados para contrarrestar los desfavorables efectos de la violencia doméstica de pareja. Uno de esos importantes escenarios son los lugares de trabajo laboral en los
que se encuentran insertas alguna de estas mujeres, tan importante es esta participación que con ella se emprenderían acciones concretas para abatir: accidentes de trabajo, incapacidades, mermas en la producción, impuntualidad, falta de concentración, fatiga crónica, cuadros depresivos disfrazados por comportamientos disfóricos (maniacos), omisión de seguimiento a pendientes relevantes llevados por el personal femenino secretarial, mandos medios, ejecutivas y directivas; lo anterior sin dejar de la a la angustia como síntoma constante que consume energía y va mermando la fortaleza en el psiquismo del sujeto así como sus defensas biológicas.
En los casos más delicados se presentan ideas suicidas u homicidas, que presuponen el preludio de una tragedia, en una época en la que la vida es una de las prerrogativas universales del ser humano.
Tales situaciones de riesgo representan las consecuencias probables de los costos de la violencia de pareja, cuyos efectos no quedan ahí agotados. Una proporción considerable de los costos de la violencia en general, corresponde a su repercusión en la salud de las víctimas y a la carga que impone a las instituciones sanitarias (Organización Mundial de la Salud, OMS, 2002). Esta situación
como problema de salud pública se colocó en la agenda de discusión internacional hasta 1996, por la Asamblea Mundial de la Salud.
Las situaciones arriba mencionadas, representan pérdidas de recursos y calidad de toda institución sea pública o privada, elementos que constituyen los ejes de credibilidad social de cualquier organización. Ahora, para cerrar este apartado considérense los costos del modelo cultural construido para los varones, el otro lado de la moneda, en el que se verá que los efectos son igualmente delicados y por lo tanto inquietantes, para lo cual se retomarán los datos presentados por Campos (2003, citando a CONAPO, 1998): entre los cinco y los 14 años los accidentes constituyen la principal causa de muerte en un número mayor de niños que de niñas. Entre los 15 y los 29 años, el homicidio, las lesiones y los accidentes son la segunda causa de muerte en los hombres, seguida
del suicidio y el sida. Entre los 30 y los 64 años la cirrosis (causada por el alcoholismo) es la principal causa de muerte. El 95% de la población en prisión corresponde a varones. Al año mueren más hombres que mujeres, con una diferencia de 50 mil. En promedio los hombres viven 6.5 menos que las mujeres.
Formas de violencia
Se puede hablar de diferentes formas de violencia en la pareja: física, psicológica, sexual y económica, el cómo cada una de ellas es definida se expone a continuación. Haciendo la puntuación concreta que vale focalizar la atención en la violencia psicológica y la violencia económica, por tratarse de dos formas en las que se puede observa la tiranía de la sutileza, en otras palabras, son las dos formas con las que se puede ocultar o disfrazar una acción violenta en aras de un supuesto beneficio o comando moral, lo que no excluye a la mujer para recurrir a ella, se trata de formas de
violencia que se encuentran en el límite de la evidencia.
Violencia física
Es cuando un miembro de la pareja se encuentra en una situación de peligro corporal o está controlada por amenazas de uso de fuerza física. Las manifestaciones de este tipo de violencia pueden incluir: a) empujones, bofetadas, puñetazos, patadas, arrojar objetos, estrangulamiento; b) heridas por arma; c) sujetar, amarrar, paralizar; d) abandono en lugares peligrosos; y e) negación de ayuda cuando la mujer está enferma o herida. El abuso físico es generalmente recurrente y aumenta tanto en frecuencia como en severidad a medida que pasa el tiempo, pudiendo causar la muerte de una persona (Venguer, Fawcett, Vernon y Pick, 1998).
Es la más evidente, el daño se marca en el cuerpo de la víctima con golpes, heridas, mutilaciones y aun homicidios, en ocasiones las lesiones son internas. Quien ejerce esta violencia puede golpear con las manos, los pies, la cabeza, los brazos, o utilizando algún objeto (cinturón), puede infligir heridas con cuchillos, navajas o pistolas. Además de los golpes están los jalones de cabello, la inmovilización de la víctima y el encierro. La violencia física por omisión consiste en privar de cuidados, ya sea de alimentación, bebida, medicinas, e impedir que la persona salga de la casa. En el caso de la violencia de pareja se encuentran las agresiones durante el embarazo que sufren alguna mujeres (Torres, 2001).
Para los fines del presente trabajo la violencia física será tomada como: el uso de la fuerza por parte de uno de los miembros de la pareja, que tiene como consecuencia el daño físico sobre el otro miembro, pudiendo incluso poner en peligro su vida, pudiéndose valer del uso de objetos.
Violencia psicológica. Se distingue por gritos, amenazas de daño, aislamiento social y físico (no poder salir, no hablar con otros, etc.), celos y posesividad extrema, intimidación, degradación y humillación, insultos y críticas constantes. Otras manifestaciones de la violencia psicológica son las acusaciones sin fundamento, la atribución de culpas por todo lo que pasa, ignorar o no dar importancia o ridiculizar las necesidades de la víctima, las mentiras, el rompimiento de promesas, manejar rápida y descuidadamente para asustar e intimidar, llevar a cabo acciones destructivas (romper muebles, platos y, en general, pertenencias de la mujer) y lastimar mascotas o a los propios hijos y/o los hijos de la pareja (Venguer, Fawcett, Vernon y Pick, 1998).
Esta violencia produce daño en la esfera emocional y el derecho vulnerado es la integridad psíquica, la víctima refiere sensaciones y malestares: confusión, incertidumbre, humillación, burla, ofensa, duda sobre sus propias capacidades, entre otras. Quien sufre esta violencia, ve reducida su autoestima, conforme vive rechazo, desprecio, ridiculización e insultos, así como, trastornos de la alimentación, del sueño, y otras enfermedades fisiológicas cuyo origen está en el daño emocional. El agresor actúa con la intención de humillar, insultar, degradar, su busca que la otra persona se sienta
mal, haciendo uso de la mordacidad, la mentira, la ridiculización, el chantaje, sarcasmos relacionados con el aspecto físico, las ideas, los gustos de la víctima, el silencio, las ofensas, la burla, el aislamiento y la amenaza de ejercer otras formas de violencia como por ejemplo física o sexual (Torres, 2001).
En la violencia psicológica de pareja se da el asedio, lo que hace una persona para controlar a otra: llamarla por teléfono para saber donde está, interrogarla sobre lo que hace, acusarla de infiel (Torres, 2001). Las amenazas son los avisos con los que el hombre anuncia a la mujer que le hará daño: golpes, llevarse a los hijos, de suicidarse, de matarla, de acusarla de algún delito, de internarla por “loca”, de destruir sus cosas, las amenazas surten efecto cuando las mujeres creen que su pareja es capaz de cumplirlas. La intimidación consiste en hacer ademanes agresivos (como conatos de golpes, infundiendo miedo a la mujer con el uso de objetos, aislarla, hacerle notar su soledad, incrementar su dependencia económica o emocional (Torres, 2001).
En el presente trabajo la violencia psicológica será entendida como: el uso de mensajes negativos verbales y no verbales que dañan psicológicamente a la pareja, en algunos casos acompañados de conductas intimidatorias o destructivas, esta violencia se descompone en cuatro subcategorías: la desvalorización, indiferencia, coerción, y control.
Desvalorización: supone un desprecio de las opiniones, de las tareas o incluso del propio cuerpo de la víctima, de sus ideas, sus conductas y sus gustos (Echeburúa, 1998). Indiferencia: actos que manifiestan desinterés por las necesidades, actividades y pláticas de la pareja. Representa una falta total de atención a las necesidades afectivas y los estados de ánimo de la mujer (Echeburúa, 1998).
Coerción: actos y mensajes de amenaza emitidos por la pareja dirigidos hacia el otro miembro y que buscan obligarlo a hacer algo. intimidación, coacción (Jacobson y Gottman, 2001). Control: prohibiciones y mecanismos de vigilancia impuestos por la pareja sobre el otro miembro. Vigilancia, fiscalización (Jacobson, y Gottman, 2001).
Violencia sexual
Esta forma de violencia incluye cualquier tipo de sexo forzado o degradación sexual, como: 1) intentar que la pareja efectúe relaciones sexuales o practique ciertos actos sexuales contra su voluntad; 2) llevar a cabo actos sexuales cuando la pareja no está en sus seis sentidos, o tiene miedo de negarse; 3) lastimar a la pareja físicamente durante el acto sexual o atacar sus genitales, incluyendo el uso oral o anal de objetos o armas; 4) forzar a la pareja a tener relaciones sexuales sin protección contra embarazo y/o enfermedades de transmisión sexual; 5) criticar a la pareja e insultarla con nombres sexualmente degradantes; 6) acusarla falsamente de actividades sexuales con otras personas; 7) obligarla a ver películas o revistas pornográficas; 8) forzarla a observar mientras se está teniendo relaciones sexuales con otra persona (Venguer, Fawcett, Vernon y Pick, 1998).
Entre sus manifestaciones está: la violación, que consiste en la introducción del pene o de otro objeto a la vagina, el ano o la boca, mediante el uso de la fuerza física o moral, aunque a este respecto no hay un acuerdo en los distintos códigos penales del país en su tipificación, ni en su castigo. También están como violencia sexual los tocamientos en el cuerpo de la víctima, las burlas hacia su sexualidad, el hostigamiento sexual y en general prácticas sexuales no deseadas. En este tipo de violencia se presenta una combinación de violencia física y psicológica, por un lado se somete el cuerpo de la víctima y por el otro se daña su integridad emocional, por lo displacentero de la experiencia (Torres, 2001).
En este trabajo se utilizará la definición de Venguer y colaboradores por considerar que la forma en como se detalla engloba las diferentes manifestaciones de violencia sexual.
Violencia económica Es otra forma de controlar a la pareja haciéndola dependiente. Incluye el control y manejo del dinero, las propiedades y, en general, de todos los recursos de la familia por parte del hombre. Algunas manifestaciones de este tipo de violencia son: 1) hacer que la pareja de todo tipo de explicaciones cada vez que necesita dinero, ya sea para uso familiar o el propio; 2) dar menos dinero del que se sabe necesita a pesar de contar con liquidez; 3) inventar que no hay dinero para gastos que la mujer considera importantes; 4) gastar sin consultar con la pareja cuando el otro quiere algo o considera que es importante; 5) disponer del dinero de la pareja (sueldo, herencia, etc.); 6) que la pareja tenga a su nombre las propiedades derivadas del matrimonio; 7) privar de vestimenta, comida, transporte o refugio (Venguer, Fawcett, Vernon y Pick, 1998).
Es la disposición efectiva y el manejo de los recursos materiales (dinero, bienes, valores) sean propios o ajenos. Ejerce violencia económica quien utiliza sus propios medios para controlar y someter a los demás, así como el que se apropia de los bienes de otra persona con esa finalidad. Ejemplos de esta violencia está el robo, el fraude, el daño en propiedad ajena y la destrucción de objetos que pertenecen a la víctima y que tienen en ocasiones un valor sentimental, en la violencia económica por omisión se presenta la privación de los medios para satisfacer las necesidades básicas, como alimentación, vestido, recreación, vivienda, educación y salud (Torres, 2001).
Violencia financiera significa apropiarse o destruir el patrimonio de la pareja; puede manifestarse en el control de los ingresos de la familia, apoderarse de los bienes e inmuebles propiedad de ambos o despojar de los mismos, así como utilizar, menoscabar, destruir o desaparecer los objetos personales de otro, definición presentada por Olamendi (s/f, citada por Berumen, 2003).
En este trabajo se utilizará la definición de Venguer y colaboradores, se considera que el planteamiento que hace detalla las diferentes manifestaciones que puede tomar la violencia económica.
PROPUESTAS
Se plantea que una vez reconocido el peso y los efectos de la violencia de pareja sobre las instituciones con personal femenino y también aquellas con personal solamente masculino o bien mixto, se emprendan diferentes estrategias. Estas intervenciones deberán estar dirigidas para ambos sexos, se sugiere ocupar en la medida de lo pertinente (lo coherente a un proyecto humano) los recursos y estructura de operación de la organización:
1. Boletines institucionales con publicación periódica
2. Cursos de sensibilización sobre mediación y conflictos en las relaciones familiares, insertos en un macroproyecto institucional de la calidad de vida. En su contenido es menester incluir la exposición y elaboración personal de los mitos, se propone considerar el trabajo desarrollado por Venguer, Fawcett, Vernon, y Pick (1998). Su trabajo representa una valiosa fuente en la que se exponen los mitos en contraste con sus realidades: la conducta violenta es innata en los hombres, la realidad muestra que la violencia es una conducta que se aprende a través de los mensajes sociales y familiares, se trata de una forma de resolver los conflictos. Es perfectamente normal que un esposo golpee a su mujer en ciertas circunstancias, la realidad indica que la violencia es una violación a los derechos humanos de las personas, en ninguna circunstancia se tiene derecho de abusar de otra persona, a pesar de las emociones de rabia que provocan los conflictos. Las mujeres que son o han sido golpeadas “se lo han buscado”, aunque la conducta de una mujer provoque enojo en su pareja, esto no justifica el que la maltrate.
La mayoría de las veces las mujeres que dicen ser víctimas de violencia tienen un desorden psiquiátrico, a este respecto es cierto que algunas mujeres sufren de desórdenes de esta índole, un diagnóstico psiquiátrico en la mayoría de los casos desacreditaría a la mujer que se atrevió a contar su historia de abuso, dar un diagnóstico de depresión u otra sicopatología puede ocultar las raíces socioculturales del problema, ocultando también que el desorden sea una consecuencia del maltrato.
El número de mujeres que maltratan a sus parejas hombres y el de las mujeres que maltratan a sus hijos e hijas es prácticamente igual que la cantidad de esposos, padres, padrastros y novios abusivos, si bien es cierto que hay mujeres que maltratan a su pareja, el número es menor que el de hombres que maltratan a su pareja, respecto de los hijos –apuntan estos investigadores- el dato no es preciso si se considera que las madres generalmente pasan más tiempo con su descendencia que los padres y que su abuso aparentemente no llega a ser severo.
Las hijas de madres maltratadas siempre buscarán una pareja que las maltrate, existen estudios que correlacionan haber presenciado violencia entre los padres durante la niñez, con ser víctima de violencia, esto podría explicar las razones por las que las mujeres permanecen en la relación violenta y no el que escojan parejas abusivas. La violencia es un problema privado entre dos adultos y no tiene por qué hacerse pública, las estadísticas muestran que es un problema extenso con altos costos sociales, cuando se habla de la violación a los derechos humanos de una víctima que quizá no sepa cómo escapar del problema y que además puede estar en peligro, el problema se vuelve responsabilidad de todos. Las mujeres están seguras en el hogar, corren más riesgo con extraños o fuera de casa, contrariamente a esto, de una familia entendida como refugio, apoyo y amor, las niñas y las mujeres corren más riesgo de violencia en sus propias casas y de parte de alguna persona que conocen. Generalmente los actos de violencia se dan de manera aislada, los estudios indican que una vez que se está en el ciclo de la violencia, ocurre más frecuentemente y con mayor gravedad.
La violencia es un mal de las mujeres marginadas, se han registrado estudios que muestran que la violencia se presenta en los diferentes estratos socioeconómicos y educativos.
Los hombres violentos sufren de enfermedades mentales, la mayoría de los hombres violentos no tiene trastorno mental alguno. El abuso sicológico/emocional no es tan dañino como el físico, las mujeres frecuentemente sienten que el abuso psicológico y la humillación son más devastadores que los ataques físicos. El alcohol y la droga hacen que los hombres golpeen a sus mujeres, aunque el
efecto desinhibidor del alcohol exacerba la violencia, no es el causante per se de la violencia contra la mujer. La mayoría de las mujeres maltratadas nunca deja a sus agresores, lo que ocurre en países en vías de desarrollo es que muchas mujeres cuentan con pocos recursos económicos y tienen varios hijos, por lo que les cuesta más tomar la decisión de dejar la relación, por otro lado, tienen la esperanza de que el hombre cambie. Las mujeres maltratadas que abandonan a su agresor después buscan a otra pareja que las maltrate, las mujeres que logran escaparse de tal relación frecuentemente evitan relaciones a futuro con el sexo opuesto.
El que la víctima abandone al agresor garantiza que la violencia llegue a su fin, se ha demostrado que la separación del agresor puede provocar más violencia y hasta la muerte de la mujer. A las mujeres maltratas les debe gustar el maltrato de lo contrario abandonarían a sus parejas, existen múltiples razones de índole emocional, social y económica por las que una mujer no abandona a su agresor. Además, los sentimientos de culpa y vergüenza frecuentemente le impiden pedir ayuda, lo que no significa que le guste la violencia.
3. Instructores calificados para la impartición de estos cursos que necesariamente deberán ser: psicólogos, cuyo perfil profesional ofrece una serie de ventajas sobre otros perfiles profesionales de las ciencias sociales, a saber: dominio de técnicas de encuentro interpersonal a nivel microsocial; conocimiento como especialista del manejo de las condiciones de crisis, inherentes al ciclo vital de toda familia; conocimiento de la dinámica de la subjetividad que se juega en lo más íntimo de los miembros de cada género; familiaridad y conocimiento sobre la influencia de la cultura de las prácticas sociales en las formas de relación intergenérica.
CONCLUSIÓN
Solo con la participación decidida de las diferentes instituciones que tienen un papel social importante en la divulgación de formas de relación democráticas, se pueden transformar las actitudes, conductas y valores que nos alejan de valores universales de indiscutible riqueza y avance social. Estas instituciones son: las empresas, las instituciones gubernamentales, las iglesias, las escuelas, los hospitales, cuya influencia al interior de la familia queda fuera de toda duda, en tanto que, representan instituciones con un gran poder simbólico, cultural y material, y que a través de ellos tienen la capacidad de divulgar esquemas igualitarios de valoración cultural y económica.
Persuadir con la razón que el deber ser humano está más allá de los papeles de diferenciación de género entre el hombre y la mujer es una deuda de la posmodernidad en términos de la política, como ciencia que estudia el ejercicio del poder en un tiempo histórico que pregona un discurso de igualdad. Un hombre no deja de ser hombre por dar cabida a la emotividad, al igual que una mujer
no deja de ser mujer al dar cabida a la autonomía. Ambos crecemos en la oportunidad de hacernos más fuertes y mejores al aprender sobre el ser del otro, sin estar encima o debajo de él o ella.
Como dijera García Márquez, la única ocasión que el ser humano tiene derecho de mirar a otro hacia abajo es cuando le ayuda a levantarse.
BIBLIOGRAFÍA
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